martes, 10 de junio de 2008

recuerdos a la deriva


Allí siempre era verano. Era un pueblo tan chiquito que sólo se le concedía la estadía a tres pequeñas personas.
Cada mañana se despertaban entre cálidas sábanas pudiendo oler el aroma a césped recién cortado. Entreabrían los ojos y veían la luz que intentaba entrar entre los huecos de la persiana de madera. Todavía se podía percibir la fragancia del espiral de la noche anterior. Decidían levantarse al oír la naturaleza que cantaba bajo el sol de cada día. Todavía con los ojos entrecerrados se dirigían a la sala, se tapaban la cara con las manos y de a poco acostumbraban la mirada a la luz que entraba por el ventanal e iluminaba cada rincón de recuerdos.
Eran mañanas hermosas, asomaban su nariz por la ventana, cerraban los ojos y olían el aire lleno de jazmín mezclado con ramitas de pino, un poco de sombras de tilo, pequeños frutos de níspero, pedacitos de palmera, ralladura de limonero y varios escondites verdes sabor infancia.

Allí vivían estas tres pequeñas personas, entre juegos y aventuras llenas de mares con sirenas, olas que llevaban enormes barcos, tesoros en el fondo del océano, delicias de recetas con hojas naturales, pétalos de flores y frutos rojos. Viajaban en un solo paso desde un puñado de sábanas hasta un castillo de princesas, desde las alturas de los árboles a una selva salvaje llena de animales exóticos.
En aquellos tiempos donde todo era posible y donde las tardes eran interminables, recorrían cada rincón llenándolos de carcajadas, travesuras, complicidades y mucha imaginación.
Al bajar el sol, los faroles de cada hogar se iban prendiendo y el aroma de cada noche de verano llenaba sus pulmones de nuevas aventuras por planear.

Así, las tres pequeñas personas fueron recolectando eternos recuerdos en un viejo baúl invisible.
El mismo que ahora llevo y llevaré siempre junto a mi memoria.

lunes, 2 de junio de 2008

dos vueltas de ausencia


Las sonrisas ya no rebotaron como solían hacerlo, tampoco las burbujas de papel celofán acariciaron las horas del día. El aire perdió algunos tonos de colores que antes se veían claramente. Las luces casi ni respiraban y tenían frío.
La locura se había dormido. Cada momento era eterno, la angustia alcanzaba lugares inciertos dando golpecitos por cada silencio que se escuchaba.
Algún intento de engañar la tristeza estaba flotando por ahí, pero sin resultados, las lágrimas brotaban del alma queriendo barrer cada empujoncito que el dolor le daba al corazón.

Cerré los ojos y me arrinconé en la soledad hasta volver a abrirlos.
Sin parpadear, se humedecieron entendiendo que esta vez no era más que otro nuevo camino por recorrer, debiendo colmar cada rinconcito gris con recuerdos coloreados de lindas muecas y demencias inolvidables.

Se agradece tanta dosis de locura diaria…y no se olvida jamás.
Si, si, a ustedes les hablo.
Ambos tienen un lugar en una fila de una linda montaña rusa que llevo en el corazón.